viernes, 5 de febrero de 2010

"Scaramouche" de George Sidney (1952) escena final

Scaramouche dirigida por George Sidney en 1952, es uno de los máximos exponentes del género de aventuras del cine clásico de Hollywood en su época dorada. Está enmarcada dentro del subgénero de capa y espada, basándose en la novela homónima de Rafael Sabatini y ambientada a principios de la revolución francesa.
La secuencia en cuestión que voy ha analizar es el maravilloso duelo final entre el héroe y el villano. Es posiblemente el más largo de la historia del cine con una duración ininterrumpida de 8 trepidantes minutos sin diálogos. El escenario es un hermoso teatro rebosante de colores vivaces que nos remite a un mundo imaginario de fantasía visual. Los personajes también exponen esta absorbente irrealidad, escondiéndose bajo trajes y cabellos postizos típicos de esa época. No por casualidad el protagonista finge ser un payaso de la obra Scaramouche, y actúa en la propia obra otorgando así que vamos a asistir ante un universo artificial y nada real, donde nuestros sueños de aventurescas emociones cobran vida. Los dos duelistas se van a mover por todo el escenario de manera sutil y elegante. Parece como si hubieran nacido allí, conocen el terreno como la palma de su mano. La cámara recoge todos sus movimientos de igual modo, no notamos su presencia. No les deja ni un solo momento, siempre a su lado y sin brusquedad. Los travellings y panorámicas dan una precisa situación de la colocación de los actores, enseñándonos todos sus movimientos a la perfección. En todo momento sabemos de donde vienen y a donde se dirigen los dos adversarios dentro del majestuoso teatro. Primeros planos y generales conviven de igual manera, con un montaje preciso y equilibrado entre los encuadres móviles y estáticos de la cámara. El ritmo es eléctrico, no hay descanso en el combate a espada. Todo está perfectamente coreografiado, no hay ningún movimiento innecesario. No hace falta que los personajes dialoguen, solo tienen que luchar y deslizarse por un espacio diseñado con ejemplar maestría. Nos atrapa con tal fuerza, que queremos asistir al enfrentamiento solo para disfrutar, y olvidarnos de la aparente ingenuidad que el propio género contiene. No importa que todos los elementos sean arquetípicos y muy codificados, y que el resultado final del duelo sea victorioso a favor del héroe, y de derrota para el villano. Todo el film está construido para que así ocurra, y lo contrario no tendría sentido. Toda la irrealidad está hecha a conciencia para que el público se entretenga. La iluminación está exagerada con una fotografía en technicolor que llena toda la pantalla de colorido nada natural, y nos hace pensar de inmediato que estamos en un mundo donde el bien siempre vence al mal. El arte convive a la perfección con el entretenimiento, y consigue meternos en la escena. Nos movemos con los personajes al mismo tiempo que la cámara con ellos, demostrando así que la artificiosidad del cine puede jugar con nuestro subconsciente, y hacernos creer que estamos allí mismo presenciando el combate en directo. Esta es la grandeza de esta escena, porque aunque sepamos que toda ella es fantasía, somos capaces de introducirnos en su universo y disfrutarla al máximo. El cine no tiene porque ser real, puede construir un mundo imaginario y ser coherente al mismo tiempo con nuestra imaginación. Está secuencia es una de las más ilustrativas en este sentido del Holywood clásico dentro del género de aventuras. Consigue un elevadísimo entretenimiento con una esplendorosa puesta en escena, y demuestra que frente a la restricciones que asolaban al clasicismo americano, y al cine de género en particular, se podían hacer escenas geniales como este brillante duelo a espada.

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